Con el encendido del reactor número uno de la planta nuclear Sendai, ubicada en la sureña ciudad de Satsumasendai, tras dos largos años Japón volvió a recurrir a la generación nuclear, una fuente de energía que antes de la tragedia de Fukushima representaba casi un 30% de la oferta eléctrica nacional.
En función de la aplicación de normas de seguridad más estrictas dentro del rubro, en septiembre de 2013 el Gobierno nipón detuvo la totalidad de los 43 reactores operativos a lo largo y ancho del país. Desde entonces, las usinas nucleoeléctricas fueron sede de rigurosos monitoreos y controles, la mayor parte de los cuales sigue en plena fase de implementación. La construcción de muros antitsunami de mayor altura y la instalación de más generadores auxiliares figuran entre las nuevas exigencias para las propietarias de las centrales.
Pese a las protestas de diversos grupos ambientalistas y a la oposición de un porcentaje considerable de la población (alrededor de un 60%, según diversas encuestas), en los últimos días las autoridades dieron luz verde a la firma Kyushu Electric Power para encender uno de los cinco reactores de Sendai. Se estima que antes de fin de año será habilitada una segunda unidad en el complejo.
Debe destacarse que hace pocas semanas se conmemoraron 70 años del bombardeo atómico estadounidense a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. En ese marco, el primer ministro Shinzo Abe lanzó una reforma militar que para muchos sepulta el espíritu pacifista de la Constitución japonesa.
El archipiélago produce energía nuclear desde 1966. En casi cinco décadas de trayectoria dentro del segmento, nunca antes había sufrido un “apagón” durante un período tan prolongado. La parálisis del sector tuvo un alto impacto económico para el país, al incrementar significativamente la importación de hidrocarburos y –al mismo tiempo– encarecer entre un 25% y un 40% las tarifas eléctricas tanto a nivel domiciliario como industrial y comercial.
El 11 de marzo de 2011, un terremoto de 9 grados en la escala Richter arrasó la costa este de la isla nipona de Honshu y provocó un tsunami que terminó impactando contra la central atómica Fukushima.
Ante la falla de los sistemas de refrigeración de uno de los reactores de la planta, el Gobierno de Japón se vio obligado a decretar el estado de emergencia y evacuar a más de 45.000 pobladores en un radio de 10 kilómetros de la zona afectada. Para reducir la presión en el interior del reactor, fue liberado parte del vapor radiactivo que se había generado.
Tras sucesivas explosiones, dramáticas subidas del índice de radiación en el área colindante, la confirmación de la fusión parcial de –al menos– uno de los núcleos, la fuga de agua radiactiva al mar y varios intentos fallidos por bajar la temperatura en los reactores comprometidos, el accidente de Fukushima fue catalogado como de “nivel 7”, por lo que quedó igualado en gravedad con la célebre catástrofe de Chernobyl.
Obra faraónica
El año pasado, el Gobierno japonés aprobó la construcción de un muro de hielo subterráneo, con el propósito esencial de contener las fugas al mar de agua radiactiva proveniente de la planta de Fukushima. “Hemos confirmado que la posible escala del hundimiento del terreno no sería muy importante. Ése era el efecto secundario que más temíamos acerca de la creación del muro, por lo que todo está dado para que avancemos con la obra”, certificó Toyoshi Fuketa, representante de la Autoridad de Regulación Nuclear de Japón.
La inédita propuesta contempla la inserción de una línea de tuberías a una profundidad de unos 30 metros, a través de las cuales se inyectará un refrigerante a una temperatura de -40 ⁰C, lo que congelará los acuíferos subterráneos en contacto con las canalizaciones. La barrera de hielo tendrá una longitud de 1,5 kilómetros y rodeará cuatro reactores para evitar que el líquido altamente radiactivo acumulado en los sótanos de las instalaciones se filtre hacia el exterior y se mezcle con el agua de otros cauces subterráneos.
El proyecto pondría fin a la principal amenaza ambiental que aún subsiste en torno a la accidentada central atómica, ya que se cree que unas 300 Tn diarias de agua contaminada van a parar al océano Pacífico.
Reactivación global
A diferencia de la postura adoptada por algunas potencias europeas, después de lo acontecido en Fukushima los países emergentes prácticamente no detuvieron sus planes de expansión nuclear, segmento en el cual vislumbran una forma segura de garantizarse un suministro energético estable, barato y a gran escala. Así se desprende de un informe elaborado por la Asociación Nuclear Mundial (WNA, por sus siglas en inglés).
El relevamiento plantea que la instalación de nuevas centrales se encuentra en su mejor momento en más de dos décadas, tendencia fundamentalmente motorizada por las naciones en vías de desarrollo. De hecho, dos tercios de los 70 reactores que se hallaban en construcción en 2014 (la mayor cantidad desde 1989) se localizan en China, India y el Pacífico asiático, sin contar las iniciativas que tienen en carpeta Bangladesh, Egipto, Jordania y Vietnam.
Según la WNA, gigantes como China e India necesitan cubrir una demanda energética que crece al doble de la registrada en Estados Unidos. “No es casual, por ende, que los países desarrollados estén construyendo sólo nueve plantas nucleoeléctricas (un 13% del total), mientras que las restantes 61 instalaciones tengan lugar en mercados con un mayor crecimiento económico”, explicó Agneta Rising, directora de la entidad. ℗